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AL MENOS TOCA LO QUE MATAS, O LA ESCRITURA DEL MOVIMIENTO

Cómo modificar algo que busca siempre transitar sobre los mismos medios, sobre las mismas bases. Sin la variabilidad ni la transmutación. Claro, puede ser que esto o aquello no quiera ser modificado o bien, que quien tenga la oportunidad de modificarlo decida ser fiel a la idea o práctica ortodoxa que reza que así se ha constituido y, por tanto, no puede ser modificado. No hay novedad o experimentación sin la existencia de un ápice de riesgo. El riesgo y la experimentación caben en el mismo saco. Dentro de las cosas modificables, intercambiables, experimentales, auspiciadoras, está el ser poeta. Poeta. Dicho eso y también aquello, y acomodando inmediatamente las palabras para entrar en materia, escribo: los poetas que son quienes, situando las razones anteriores (el cambio, la experimentación) a un hecho concreto, fungen acá como dirigentes de la mutabilidad de los ritmos, las formas, los contenidos, la estructura de la poesía misma. Ante todo, es cierto: la poesía resiste. Casi toda la poesía. Casi todos los poetas. Dentro del mismo camino y de lo dicho, también es válido mencionar que hay quienes no salen bien librados ante esa alternancia que escapa del virtuosismo académico y formal: a los cánones, a las reglas. Hay quienes no soportan las alternativas informales, los riesgos, los experimentos. La escritura, en esos casos cuadrados, es sólo de una manera. Todo lo demás es ajeno. Ahí, en esa escritura fugaz, plena, mordaz, demoledora, que escapa de alguna manera a la cotidianidad poética, le haría un lugar a la poesía de Julián Herbert (Acapulco, México, 1971).


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