Excelente reseña de la novela "El samurái" de Rafael Reyes-Ruiz.
Rafael Reyes-Ruiz
El samurái. Miami: La Pereza Ediciones, 2018. 215 pp.
ISBN 13: 978-0999314814
Rubén Varona / Miami University
"A diferencia de los pájaros, los seres humanos vuelan con raíces".
Boaventura de Sousa Santos.
La literatura que retrata la vida de los inmigrantes se ha interesado, especialmente, por aquellos personajes que salen de su país de origen luego de experimentar una situación adversa en lo económico, social o político. El samurai, la última entrega de la trilogía de
novelas conocida como El cruce de Roppongi, del colombiano Rafael Reyes-Ruiz, explora la
migración como un fenómeno motivado por la búsqueda del sentido de la vida y no por las
diferencias socioeconómicas de los países. Este acercamiento, además de novedoso,
enriquece la discusión sobre dicho fenómeno tan controversial en la agenda política actual.
El samurái se alimenta de la corriente filosófica del existencialismo para justificar el autoexilio de los protagonistas. La obra está narrada por Ricardo, un bogotano de clase alta que se gana la vida como profesor de español, traductor y ayudante en un bufete de abogados en San Francisco, California. Este joven relata sus vivencias junto a sus amigos: la gran
mayoría extranjeros, y a quienes conoció en un albergue juvenil. Con ellos comparte las alegrías, los azares y las incertidumbres del día a día, las cuales terminan por ‘hermanar’ a los amigos, creando en el lector la ilusión de un mundo sin fronteras en el que se es posible
viajar, conocer nuevas culturas y vivir como ciudadanos universales.
Sin embargo, la misma náusea que llevó a los protagonistas a buscarse la vida lejos de
casa, no tardó mucho tiempo en hacerles sentir que sus vidas en San Francisco no valían la pena y había llegado la hora de preparar maletas y emigrar de nuevo: “Nuestro futuro podría estar en Corea —dijo Lisa. —Las dos podríamos trabajar enseñando idiomas allá —sumó Verónica carraspeando la garganta” (57). De esta manera, la rueda de la fortuna se puso una vez más en movimiento y aquellos seres desarraigados e inconformes, de pieles y pasaportes curtidos en distintas realidades, se mudan al Japón decepcionados de no haber encontrado en los Estados Unidos aquello que buscaban, pero optimistas de que lejos de casa, y ya no sólo de la paterna sino de la adoptiva (San Francisco), la felicidad aguarda por ellos.
La trama de la novela gira en torno a la búsqueda del padre de Elena, la novia
californiana de Ricardo. Este hombre es un actor japonés que, en los sesentas, se ganaba la
vida haciendo películas de bajo presupuesto en México: “tenía mala reputación […] y le debía dinero hasta a la mafia del yakuza” (55). De allí que Ricardo, un apasionado del cine, lo relacione con el bandido de la película El samurai (1967), de Jean-Pierre Melville,
interpretado por Alain Delon.
Elena no tiene recuerdos de su padre, pero le duele el haber sido abandonada cuando aún
era una bebé; asimismo le incomoda que su madre se niegue a hablar del tema. Por ello, rastrear a su padre se convierte en la excusa perfecta para que ella y sus amigos indaguen por sus orígenes y, de alguna manera, intenten llenar el vacío existencial que los agobia. Así las
cosas, la premisa de buscar al otro para encontrarse a sí mismo, no sólo se convierte en el hilo
conductor de esta historia, sino que le permite a Reyes-Ruiz entablar un diálogo con las otras dos entregas de esta trilogía, pues a partir de una serie de búsquedas y desplazamientos físicos, los personajes terminan creciendo en términos espirituales. En Las ruinas (2014), por ejemplo, un historiador busca a su amor perdido, a quien vio por última vez en Australia,
mientras que en La forma de las cosas (2016), Ricardo le sigue el rastro a un empresario japonés dedicado a los negocios turbios.Por otro lado, la mirada sobre la inmigración que ofrece El samurai se enriquece, además,
con las perspectivas que arroja examinar este fenómeno a la luz de problemáticas sociales como el tráfico humano: el tema principal de El cruce de Roppongi. El autor se vale del recurso del montaje literario para que la búsqueda del padre de Elena se ensamble y enriquezca con el drama de una joven latinoamericana que terminó convertida en prostituta luego de que una organización criminal japonesa la reclutara con mentiras: “le ofrecieron un contrato como auxiliar de enfermería, oficio que ejercía en Colombia, en una clínica
geriátrica privada en un barrio al este de Tokio” (143). De esta manera, el acercamiento del autor a la figura del inmigrante resulta novedoso, pues lo presenta como la víctima de un negocio transnacional, cuyas consecuencias físicas y psicológicas son irreparables. Y este negocio no sólo afecta a los individuos, sino, también, el devenir de la historia, como lo
demuestran las pesquisas que hace el profesor Rodríguez en Las ruinas, la primera entrega de
la saga. Como dato curioso, este personaje bien puede ser un alter ego de Reyes-Ruiz, quien es un profesor de humanidades y ciencias sociales, además de un especializa en los flujos migratorios desde Latinoamérica hacia Japón. El interés por retratar la vida de los inmigrantes desde una perspectiva intimista y no
política, hace de El samurai una obra imprescindible para acercarse, en contexto, al fenómeno de la migración. En lo temático y estético, esta obra se acerca a narrativas
desarraigadas y marginales como la de Roberto Bolaño y transgrede el lugar común que ha poblado la literatura colombiana de historias de inmigrantes y desplazados que huyen del fantasma del narcotráfico y la violencia.