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Parábolas no sin cizaña, Federico Vite.


Una cabeza yace. Una lámina vuela. Xavier camina hacia la cancha de básquet. En la cárcel todos están angustiados. La lluvia crece. Xavier reza. Venimos de andar este mundo a recórrerlo. Un reportero observa. La historia comienza….

Desde el periodo entreguerras el hombre sabía que había perdido significación “estar en el mundo”, y eso que no sabía que “sólo venimos a recorrerlo”. Pocos escritores se percataron de esos efectos de inhumanidad que se había apoderado del mundo, en nuestras letras se prefería la escritura elegante y grácil antes que enunciar esta desazón. Algunos admiraron a Kafka, a Musil, a Broch o a Canetti, pero tal vez sólo José Revueltas, que sin duda era un ideólogo —y quizás el más grande que tuvimos—, quien en su narrativa expandió ese sentimiento. Hoy a casi cien años que ese sentir principió, hoy hace casi a cien años que ese malestar, donde el hombre es un erróneo curso de la evolución, como Freud determinó, podemos leer que alguien se pregunta: ¿Será que somos venidos de andar el mundo para recorrerlo? Tal vez debemos agregar la palabra “solos”, evocación eucarística, que deambula por todo el libro, quizás como línea de unidad paralela a la violencia, tal vez reaparece ese “sentimiento oceánico”, del que el propio doctor vienés manifestó su ausencia. Tal vez la guerra sólo se diseminó por el mundo y la guerra continúa.

¿Estará ahí la parábola y aún no lo sabemos? O tal vez, no se trate de dejar en las manos del reportero de la sección policiaca, que parece el lugar donde nuestras palabras y actos pueden coincidir, en la incógnita que se abre a partir de la nota roja. Ya hace años en su libro Nota [N] roja, Marco Lara Klahr, nos invitaba a pensar sobre las características de la llamada cobertura de asuntos policiacos y la coincidencia con los rasgos de nuestra sociedad, de nosotros mismos, sobre todo de nuestras pasiones desatadas —como “la lengua de fuego del relámpago”— y que Federico Vite, en La parábola de la cizaña (La Pereza Ediciones, 2018), aventura a partir de la imaginación, y su actividad como reportero, no de un periódico sino de nuestra cotidianeidad, su empresa de ofrecer una visión, tal vez terrible, de nuestras inclinaciones —casi siempre morbosas— en su narración. Ya alguien decía que el morbo era vital para la novela, pues todos en el fondo somos morbosos. Es parte de nuestra construcción humana, aunque algunos aún lo neguemos.

La doble acepción de parábola, la geométrica y la bíblica, al parecer están contenidos en la historia y en la propia historia de esa otra hermosa palabra, parole, como si ambas estuvieran liadas desde sus significación griega de lanzar de lado, aunque no directamente. La flecha se tira al cielo para dar en el blanco. Los acontecimientos pretenden un efecto —nunca directo— en el lector, tanto de reflexión sobre la condición humana, como de la inflexión de ésta ante la concepción religiosa de la vida, no es gratuita la aparición hasta de santo Tomás, pero no es un sentido lisa y llanamente religioso, no, parece cierta ironía a manera de reclamo ante las invocaciones bíblicas; la intención de re-ligarse, de re-encontrarse con un mundo que solo parece vivir en la memoria de los personajes se plantea como la necesidad que todos tenemos de reconciliar nuestra memoria con la triste realidad en que vivimos. Sin embargo la enunciación religiosa, al parecer cumple una doble función, la primera que tiene que ver con la estructura poética, es decir con una especie de canto o letanía y otra que tiene que ver con la condición irónica de una postura cargada de escepticismo, donde la invocación parece más un reclamo que una solicitud. Todo sobre la base que “la fe es la memoria del miedo”, como afirma el narrador.

Pero el antiguo Testamento anuncia que nadie que haya visto o sentido a Dios puede permanecer con vida. Xavier es una víctima, pero no de dios sino del mundo. No de sus actos y su poca confianza, de su historia. Además el tono y cuidado de la escritura, que no es algo raro en Vite, porque a través de su estructura gramatical, pretende, como los buenos escritores, atrapar al lector y sumergirlo en sus dudas y esclarecimientos, lo anega de la vida. Puede equivocar la anécdota, pero no la tensión narrativa. La parábola… invita a pensar en la obra de José Revueltas, El apando, con la diferencia que mientras el escritor acapulqueño busca tensar a sus personajes desde las anécdotas exteriores, sin embargo parece más filiada al planteamiento de Los días terrenales, Revueltas concentra su relato en el interior de la cárcel o sobre hombres igualmente cautivos pero andando en la tierra donde solo vinimos a andar. Con mayor precisión, el acto reporteril que encubre la escritura de Vite parece ajustarse al planteamiento de Revueltas sobre la mirada que el escritor debe depositar sobre los humanos. Sobre el alma de los protagonistas. No se trata de crear héroe sino antihéroes en el sentido que Lérmontov le otorgó al héroe de nuestro tiempo, sólo que esta vez Vite lo hará desde “la demencia y la fe”, dentro de un contexto lejano de cualquier circunstancia que no sea la miserable vida de sus protagonistas.

Tal vez simplifica la historia de Xavier, quien de la mano de Vargas Llosa, e igual que Emma Bobary solo pecó y murió, lo demás son artilugios de la religión y la moral para plantear la historia de los hombres. Desde Pascal a través de Rousseau entendemos que los infortunios del hombre nos vienen por la incapacidad de estar sentado. Vite sabe que simplemente no se puede permanecer sentado. Me queda la duda si no Bataille pensara que en eso radica la fuente del Mal.

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