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"Me gusta ver lo que tenemos de animales".


Entrevista a Consuelo Martínez Reyes en Qué

En Blanco es el primer libro de la puertorriqueña Consuelo Martínez Reyes, profesora, escritora y traductora. Allí plasma relatos sobre la ausencia de la madre, la hermosura del dolor, la “caribeñidad” como modo de vida. La escritora deja a los críticos que opinen sobre el realismo mágico de su obra.

Su isla Puerto Rico es un microcosmos para la inspiración. Ha hecho estudios sobre injusticia contra las mujeres gay. En entrevista a QuéLeer vaticina un buen futuro para la cultura hispana en Australia, país donde reside actualmente.

¿De qué trata tu primer libro, En Blanco?

Para mí, En Blanco es sobre la pérdida, una pérdida que lo inunda todo, pero no por eso es negativa. Todos los personajes pierden algo de sí, o a alguien, y dicha pérdida les facilita encontrarse, enterarse de que también son otros, una versión alternativa que, en estos cuentos, a veces vemos y otras no. A veces quedan a la imaginación del lector. También, para mí En Blanco es un ambiente, un estado de ánimo en el que nos permitimos hundirnos en lo que nos aterra: perder nuestro estatus social, nuestros seres queridos, nuestra sexualidad, porque a fin de cuentas un libro debe ser una experiencia. Debemos recordar lo que sentimos al leerlo, no solo el relato.

Varios de los relatos evocan la figura de la madre, vista como ausencia, como enfermedad, lejanía, tristeza. ¿Qué nos puedes comentar?

En ese aspecto me es inevitable confesar que el libro tiene bastante de autobiográfico. A mi mamá se le diagnosticó cardiomiopatía dilatada a sus 35 años, cuando yo acababa de cumplir los doce. En Puerto Rico no había un hospital especializado en enfermedades cardíacas como lo hay ahora, por lo que tuvo que mudarse a la Florida para estar en el hospital más “cercano.” Obviamente, el doctor encontró que con su enfermedad le sería muy difícil estar a cargo de adolescentes. Así que mis hermanos y yo nos quedamos en la isla. De ahí viene ese espectro de enfermedad, lejanía y tristeza. Es muy real. Mami murió cinco años después en espera de un trasplante cardíaco. O sea que podemos ver el libro como exorcismo de esa experiencia. Pero también como ofrecimiento de una nueva propuesta. Hay familias disfuncionales, o separadas, que además de dolor, o tal vez por ello, sienten de manera compleja muchas otras cosas y con una intensidad única. Y se siente desde ese espacio del dolor que todos evitamos, porque así tienen que hacerlo. En ese sentido, el libro es una oda a la hermosura que puede guardar el dolor.

Pero no es solo eso, sino que como crítica literaria a veces me marea tanta plática sobre “la falta del padre” y en contraste, la escasez de discusiones sobre la figura de la madre, que, seamos honestos, es vital para cualquiera, y sin embargo se ha dejado en el abandono -exceptuando a unos cuantos, y aquí las feministas juegan un rol clave. Además de que no puedo pensar en un tema que nos toque tanto la fibra más íntima como el de la relación que tenemos con mamá.

Entonces, muchos de estos relatos posan la pregunta: ¿Cómo desarrollamos dicha relación si mamá no está? ¿Qué pasa con nosotros? ¿Cómo, o mejor dicho, qué partes de nosotros sobreviven a eso?

Puerto Rico, tu isla, está muy presente en varias de las historias. Coméntanos que la hace tan llamativa para ser el marco ideal de las pasiones y experiencias de tus personajes.

Obviamente, hay subjetividad en lo que diré porque es el lugar que me vio crecer. Pero creo que para ser tan pequeña, Puerto Rico tiene muchos microcosmos valiosísimos en cuanto a la producción literaria. Grupos migratorios que se han hecho parte de nuestra gente, por ejemplo, los chinos, los cubanos y los dominicanos, los estadounidenses en Isla Verde o en Rincón. Lo mismo pasa con su geografía. Hay vida de playa, de ciudad y de campo. Y hay caribeñidad, que es un modo de vida en sí. Saberse rodeado de agua te da otra visión de mundo que a veces viene con un sentido de comunidad fuertísimo porque estamos todos ‘en el mismo barco’ muy literalmente. Pero también con el sentido de desesperación que pueden provocar el aislamiento o la falta de comunicación inmediata con el resto del mundo. Mi isla siempre me ha parecido perfecta como escenario porque se siente simultáneamente local y universal, versátil, y así quiero que sea mi narrativa.

Tus personajes son característicos, cada cuento tiene una vida propia. ¿De dónde obtienes la inspiración para concebirlos?

En lo más cercano. Siempre me ha parecido curioso que en la tradición anglosajona es común que los escritores se retiren al campo o a otro país para encontrar inspiración. Cierto es que siempre hay que hacer investigación, que es un tipo de “retiro” intelectual. En ese aspecto, investigo mucho sobre la vida animal. La vida marina, por ejemplo, ofrece la mejor ficción. Me gusta ver lo que tenemos de animales. Por ese lado, encuentro inspiración en lo que sentimos. Se amplifican la rabia o el miedo, la sed de venganza, sentimientos que usualmente contenemos. Los dejo libres para que muestren su animalidad. ¿Qué monstruos o beldades crearían esos monstruos que mantenemos aprisionados a cuesta de nuestra animalidad?

Por eso mi inspiración es usualmente algo o alguien presente constantemente, en el día a día, que con el tiempo se me amplifica, cobra vida y a veces hace cosas lejanas a su realidad original, pero es consistentemente fiel al personaje o a las cualidades que constituyen la cosa.

Me atrevo a decir que el final de todos los relatos es abierto. ¿A qué se debe esta forma de narración?

A mi creencia férrea en que en la vida nunca sabemos lo que va a pasar. Nos interesan los procesos, el modo en que una situación alcanzó ese estatus peculiar que nos fascina. Pero la verdad es que no sabemos si todo quedará resuelto de modo amigable o si el verdadero desastre está por llegar. Por el momento, me parece forzado proponerles un final a las historias. Además de que un final abierto libera al lector, le deja escribir el suyo, pensar en qué haría en esa situación, en qué manera se ve reflejado o no en los personajes. Y esa es una de las tareas de la literatura.

¿Hay cierto realismo mágico en tu obra?

Uff, esa se la voy a dejar a los críticos. Entiendo que puede leerse así, pero mi intención nunca ha sido servir como continuación o actualización del género. Distorsiono la realidad, hay viajes a lo onírico, el flujo de conciencia y la narración supuestamente objetiva se entrelazan, hago caricaturas de la gente, de modo que su verosimilitud como personaje que imita a alguien de carne y hueso es cuestionable. Todo eso está. Cuentos como “Búsqueda” o “Como si nunca llegara” no se pueden entender si no es desde ese lugar en el que lo real y lo ficticio se confunden. Mi problema con aceptar abiertamente que tal vez haya un cierto realismo mágico en mi obra viene del hecho de que definir el género siempre me ha parecido imposible. Nuestra vida es así, sobre todo en el Caribe, lo sensorial es parte de lo real, lo ‘normal’ no tiene límites, la vida se deforma cada vez que tratamos de entenderla. Entonces, ¿es realismo mágico o es la vida misma?

Mencionas a importantes autores ¿Eres acaso, admiradora de Roland Barthes, Edgar Allan Poe y Milan Kundera?

Por supuesto. Y lo que me he llevado de cada uno de ellos está presente en la colección. De Barthes, la renuncia a mi agencia como escritora que “da” algo al lector. El lector construye su propia versión de la historia, no yo, y eso queda claramente propuesto en el cuento que da título a la colección. De Poe me traje la muerte como obsesión. Algunos de los escritos más macabros de Poe son infinitamente hermosos, y quería que la muerte evocara esa luminosidad. Y de Kundera, su oda a lo ambiguo, a lo complicado y gris que son las cosas.

¿Qué buscan tus personajes? ¿Por qué la realidad los atormenta?

Porque la realidad nos atormenta a todos, ¿no? Buscan hacer las paces con la realidad, ya sea aceptándola o tratando de cambiarla.

La muerte como inspiración. Cuéntanos.

Perder a mis padres de niña -mi papá a los 10 años y mi mamá a los 16- vino con un modo peculiar de entender la muerte. No es un evento excepcional, es lo que pasa. Así que en lugar de hacerme fatalista, me ha hecho disfrutar la vida al 100, amar con intensidad, viajar, tomarlo todo con calma (fíjate, no ha sido un carpe diem desenfrenado). Por eso mis personajes rompen con el pasado, como si entendieran que todo puede pasar, por ende nuestra tolerancia al dolor innecesario debe ser cero, mientras que es nuestra obligación entregarnos al dolor que viene con el amor.

Quisiera un comentario de En Blanco, el relato que le da el nombre al libro. Me recordó a la obra Art de Yasmina Reza.

No he tenido la oportunidad de ver o leer la obra de Reza pero sé más o menos de qué va y puedo ver la conexión que haces, en especial porque uno de mis mejores amigos es aficionado al arte y hemos tenido largas “conversaciones animadas” sobre lo que es y no es arte. Específicamente, el minimalismo y el arte abstracto nos han dado discusión para rato. Y nuestras conversaciones jugaron su rol en la creación de En blanco. Pero la obra a la que el cuento debe su existencia es White Painting (1951) de Robert Rauschenberg, una serie de lienzos pintados de blanco que se encuentran en el Museo de Arte Contemporáneo de San Francisco (SFMOMA). Rauschenberg quería capturar la mirada del receptor para que éste se detuviera a observar los detalles. Es lo mismo que intento provocar con En blanco. A pesar de que la política puertorriqueña y su estatus colonial llaman la atención mundial y, claro está, es un deporte nacional que nunca pasa de moda, hay poca atención al detalle y una focalización en el panorama general, en la ideología. ¿Eres pro-estadidad o pro-independencia? Eso ha provocado el abandono de muchos problemas importantes a nivel económico y social. ¿Qué pasaría si alguien nos empujara a detenernos para ver las cosas de otro modo?

Eres profesora de Estudios Hispánicos en la Universidad Macquarie de Sidney. ¿Cuál es la labor de difusión que haces de la literatura hispanoamericana? ¿Cuánto interés ves en los estudiantes de países que no tienen el español como lengua materna?

Enseñar español en Australia es una experiencia muy diferente a enseñarlo en Estados Unidos, por ejemplo, donde la población hispana es substancial y se convive con ella, con ciertas palabras y referencias culturales. Aquí solo un 0.5% de la población es hispana, eso es mínimo. Igual, por estar tan lejos del mundo hispano no resulta obvia la importancia del español a nivel global. Así que es una labor intensa y cuesta arriba. Trato de traer escritores de visita, presentar películas, participar en conferencias, visibilizarnos. A pesar de esa distancia geográfica y poca presencia a nivel poblacional, el interés está ahí, pero hay pocas oportunidades de intercambio con la cultura hispana, por eso intento proveer algunas. Se compite con un trasfondo migratorio diferente, que tradicionalmente fue italiano o griego, por ejemplo, y ahora se mueve la balanza hacia la población asiática, que acá es equivalente a la presencia hispana en los Estados Unidos. Una vez se abren esas puertas, oportunidades para disfrutar de lo nuestro, los estudiantes se enamoran de la lengua y de la cultura hispana, y apostaría a que el español va a tomar auge por acá. Es cuestión de tiempo.

Has hecho estudios sobre la igualdad de género e inclusive cómo las mujeres del Caribe han sido silenciadas por su orientación sexual. Coméntanos.

Como mujer, siento que es mi obligación estudiar las cuestiones que nos afectan. Es mi modo de hacer que mi solidaridad tome una forma tangible. Y claro está, mi modo de evidenciar que la literatura sí puede cambiar vidas. Que una niña o una joven, que una mujer que ha pasado dificultades se vea representada, es invaluable. Tengo muchas amigas y amigos gay así que ese tema en específico es muy importante y personal para mí, como igual lo es el ser latino en los Estados Unidos. Es gente que quiero y me duelen las injusticias que sufren. Inicialmente, iba a enfocarme en la representación de hombres gay en la literatura caribeña, pero me di cuenta de que había muy poca investigación sobre las mujeres gay. Entonces, hay que hacer labor dónde más haga falta.

¿Qué lees actualmente?

Pues siempre he leído muchas cosas a la vez y todas muy heterogéneas así que tenme paciencia. Estoy leyendo The Lost Man de la australiana Jane Harper, después de haberme leído su The Dry, una novela detectivesca genial. También ando leyendo Los huérfanos de Jorge Carrión porque estoy trabajando en la creación de un ambiente que podría entenderse como claustrofóbico. Hace unos días comencé Palacio quemado de Edmundo Paz Soldán, y ya voy por el segundo issue de la nueva serie de Marvel, América, que desarrolla Gabby Rivera.

¿Cuál es tu próximo proyecto literario?

Trabajo en dos proyectos nuevos. Uno toma lugar en un contexto muy real y el otro en uno ficticio, pero ambos en Puerto Rico. El primero es un repaso de eventos que permanecen en la memoria colectiva puertorriqueña, aunque se ausenten de los libros de historia, a través de la vida de una niña, que eventualmente se hace mujer, a finales del siglo XX. Su amor y oposición a sus figuras paternas son claves aquí. En contraste, mi segundo proyecto gira en torno a la maternidad, esta vez en un mundo alterno en el que las mujeres pueden auto-reproducirse, y el caos que eso causa en la dinámica entre los géneros.

Escribe alguno de tus textos para nuestros lectores:

De El último boom en Plaza Las Américas

Agarró una a una sus bolsitas, muy delicadamente, que la prisa no nos haga olvidar el caché. Corrió como toda una ejecutiva, canalizaba a sus amigas, imaginaba cómo ellas correrían en tacos e intentó imitarlas. Recordó con urgencia el piso y área donde había estacionado su fabuloso Audi último modelo y se dirigió hacia allá. De camino se dio cuenta de que la gente se había ataponado hasta el segundo piso y que unos cuantos peleaban por sacar sus carros. Ella no tendría ese problema; gracias a Dios, el suyo era compacto y cabría en cualquier recoveco, además de que el guardia del estacionamiento seguramente le daría trato vip. Una vez en el carro, verificó que sus bolsitas no hubieran quedado afectadas en la carrera. Todos los papelitos en ellas estaban meticulosamente despeinados pero para nada estrujados. Las sentó en el asiento del pasajero, donde acostumbraba ponerlas para poder hablarles durante el camino. ¡Buuum!, se escuchó de nuevo. Esta vez supo que seguramente eso terminaría en manos del noticiero de la mañana, así que en cuanto logró acomodar su maravilloso Audi en la fila para salir, buscó el rímel entre las cositas de su bolso, bajó el espejito autoiluminado y puso manos a la obra.

Le tomó por sorpresa que el estacionamiento se desplomara del modo en que lo hizo. Ella, amiga de los Fonalledas, dueños del encumbrado centro comercial, sabía muy bien lo que había costado aquella construcción y que nada de ese precio se desplomaría de tal manera. Posiblemente, la estructura no tenía nada que ver. Acaso habría sido el exceso de gente –en especial, del tipo de gente que no estaba acostumbrada a visitar Plaza tanto como ella. Esos que dejaban el paseo al centro comercial para los domingos familiares, que visitaban el shopping como sustitución especial de la plaza del pueblo para novelerear y no gastaban un solo centavo porque no lo tenían. Ése, ése, ése era el tipo de gente responsable del colapso del estacionamiento. Era muy probable que esa gente llevara sus autos llenos de porquerías sin valor y los abarrotaran con ocho personas en vez de cuatro, obesos todos ellos. La teoría más plausible para que colapsara el parrrking era que todos esos habían querido salir a la vez, en lugar de quedarse tomándose un traguito en alguno de los restaurantes hasta que pasara el tapón de las cinco. Un viernes, un viernes, por Dios, ¿no podían esperar un poco? No. Ese montón de carros viejos aguantando gordos empaquetados de ocho en ocho, junto con los cachivaches que escondían en el baúl y debajo de los asientos, habían querido salir todos a la vez, como salvajes, sin recato alguno, gritándose de ventana a ventana “Vete pa’l carajo”, “Me cago en tu madre” y “¿No me puedes dar paso, so mala fe?”

Consuelo Martínez Reyes es escritora, traductora y profesora titular de Estudios Hispánicos en la Universidad de Macquarie en Sídney, Australia. Completó su bachillerato en Literatura Comparada en la Universidad de Puerto Rico, hizo un máster en el Programa de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York bajo la dirección de Antonio Muñoz Molina y Lila Zemborain, y se doctoró en el Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Pensilvania. Sus cuentos han aparecido en revistas como Centro Voices, Temporales, Pterodáctilo y Contornos. Martínez Reyes acaba de publicar su primera colección narrativa, titulada, En blanco (La Pereza Ediciones, 2018).

  • Profesora


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